Girasoles de Noviembre II

Aquí les dejamos la parte final (editada) del pasional relato publicado hace unas semanas. Vale la pena leerlo por completo.


Dejaste impregnada tu esencia en mi cama, a mis cortinas, a mi memoria. Me quedaron un juego de llaves, unos peces muertos y un jarrón roto; ya no necesitaba alas para volar, tú las habías vendido antes de decirme adiós, de romper nuestra pecera.

Y es que pienso y recuerdo, lloro y recuerdo: ¿quién eras tú? ¿qué quería yo? ¿qué querías tú?

¿qué soy yo ahora sin ti? Sin nuestros abrazos infinitos, nuestro besos fugitivos, los días que te sonreí cuando me decías “te quiero”, las noches en que te sonrojabas cuando te decía “te amo”.

Todos estos son trozos, pétalos de las flores que deshojé buscando encontrarte al final. ¿Qué podía esperar? ¿qué te podía pedir? No doy más que un vistazo al roble detrás del cual te encontré, llorando de impotencia. Recuerdo que quise consolarte pero no sabía como. Eras hermosa y tenía miedo de contaminar tu belleza, eras casi perfecta, pero también debo aceptarlo, lejana, imposible, inalcanzable. En ese momento me propuse no dejarte nunca, lo cumplí durante unos meses, partiste con mis sueños sellando tus valijas antes de poder renovar mi promesa. Te fuiste pero se te olvidó tu esencia a girasoles, un par de zapatos azules, tu pijama en el clóset y un labial color carmín con el cual escribo cada noche un “buenos días” en el espejo de tu tocador para poder levantarme el día siguiente a buscarte, esperando encontrarte viendo por la ventana como antes, como lo hacías mientras fumabas los cigarros que te compraba con lo poco que ganaba pero que era tuyo, todo tuyo, yo era tuyo y ahora de nadie.

Y pasaron algunos días y pasaron muchas noches, nunca llegó el momento en que dejaras mi cama, siempre seguía sintiendo tus caricias, amándote en silencio, gritándole a mis sueños que te dijeran que extrañaba tus caricias, tus rodillas, tu cintura perfecta para complementarme. Pero ya no sueño, ya no duermo, ya no vivo y menos siento.

Ahora estoy bajo las ramas de nuestros días ya sin hojas, ahora entiendo por qué no te pude sostener, eras cálida, eras verano, yo simplemente me hundía en mis inviernos. Quería encontrar el poema que tú te merecías, pero buscando te perdí, y ahora no tengo mi poema favorito.

Oí uno que otro de mis discos, tenían el polvo de la última vez que los habías tocado, así como a mí. No encontraba nada que me gustara o mantuviera la atención, probé cada uno de ellos hasta que encontré algo de Mozart: Requiem en D Menor. En ese momento deseé borrarte, llamar al olvido y al tiempo, a la arena, al lado más negro del corazón, a las sábanas en llamas, a los girasoles evaporados, a las caricias mantenidas, a las fotos editadas. Intenté deshacer el recuerdo, era muy tarde, ya eras parte de mí.

Dibujo realizado por Paola (Adolescente/Codocente del Taller)

Ya era muy tarde, no sólo para dejarte, sino para recuperar mi alma, también me había abandonado, las velas se habían acabado y el ordenador se había suicidado de tanto trabajo que le había dado, yo me mantenía del tiempo y de esperar que la lluvia te trajera, así como te fuiste un día de tormentas. Sólo quedaban mis navajas de afeitar, intactas, claro que era un camino demasiado fácil y al final no estabas tú.

No te odio, pero tampoco sé cómo olvidarte, y eso me frustra, odio no poder olvidarte, te denigro a mi grado, te invento un presente para crear mi futuro, no entiendo lo que pasa, eres sólo otra mujer, otro amor, que no fue el primero ni el más duradero, tal vez el más especial pero ya no más, mis noches fueron más azules desde entonces que las rojas que pintamos.

Imagino. Ahora seguramente estás rayando otra cama, gimiendo como puta, ilusionando otros ojos y perfumando más sábanas de las que haz de recordar, estafando otro corazón con silencios y caricias que te dan la llave de sus puertas mientras tú das otras pantaletas, otras pantaletas y nada más.

Ahora escribo para poder levantarme cada noche y lograr vivir sin poder volver a mirar a la Luna y a sus espías, las estrellas. Me oculto de ellas, que se ríen de mí, que tiritan y me recuerdan a tu cabello negro como la noche pero con un brillo que me quitaba el miedo a la muerte, a lo desconocido. Escribo para levantarme con mis penas, para poder levantarme contigo, con tu recuerdo.

Ha pasado ya un año de que nací para morir antes de saber lo que significaba vida, ya no veo cerezas en esta época, noviembre las ha perdido así como yo. Ayer te vi, ibas corriendo bajo la lluvia, sonriente, de la mano de algún buen hombre, así como lo hacíamos nosotros. Te vi mientras recordaba, detrás del cristal del café donde nos despedimos.

Decías que querías algún día caminar entre girasoles, cómo te apasionaban esas flores, tal vez te fuiste para buscarlos, yo no los tenía.

Pero ya no sé si eras un girasol o una rosa, ya que todavía me quito por las noches las espinas de tu amor.

Alejandro
Adolescente / Codocente del Taller

Leave a Reply

You must be logged in to post a comment.