La poca ocasión
–Éste texto habla de un poco de asco, y de todo lo que no debo hacer al presentar mi libro–
Todo parecía poco interesante, no es que sea un cliché que cualquier presentación de algún libro sea una lucha entre el autor para no perder la atención de un público que no sabe qué hace ahí y consigo mismo sobre si se cree sus palabras, siempre tan adornadas (lo malo de la literatura es que con la palabra se puede levantar hasta al polvo) que no dicen nada.
Había hasta fila de espera, yo me vi perdido en ella, entre el voy porque no quiero estar solo y el sólo voy porque no hay nada más que hacer.
Primero, sala llena, pareciera que la cultura no ha muerto, claro, si a esto se le puede llamar cultural. Todo va bien, una simple presentación de algo que fue simplemente un calvario. La primera ronda corrió a nombre de un tal Pacheco y su maestro que tenía más cara de abogado que defendía la postura que ni quedó clara (todos se dedicaron más a elogiar la cualidad de terminar un libro a esta edad que de hablar sobre qué decía en esencia el libro). Entonces teníamos a esta gran figura, no por personalidad claro quedó atrás, explicando el orgullo que sentía de su alumno y ensalzar la postura del defensor en turno. Yo volteaba al cielo del auditorio, esperando que cayeran las flores, era lo único que faltaba, que la metáfora se volviera literal y que el libro fuera la iluminación del enviado. Entonces me di cuenta que en el lugar había tanto ego que los asientos eran pequeños, ¿a eso se referían al decir que sufrimos de sobrepeso? Vivan leves los grandes, levemente caigan los de la nada.
Todos parecían estar coludidos, parecía estar perdido en un club olvidado, seco, vacío. Hubo un trovador a modo de música de espera entre round y round, supe de la existencia del rincón del olvido al oír que la canción que tocaba era la favorita del autor, quien no tardó en mostrar su respeto al retirarse (y con él su apoyo de lugares) del recinto, o regresar pero ya sin compromiso alguno más allá de esperar a que la gente saliera para pedirle algún libro (ja), abrazo y con demasiada suerte un beso robado.
Me vino un tumbo al pecho cuando veo a una pequeña maestra lograr con grandeza destrozar a su alumna, (con un soporte así no necesitas silla, pues ya te han tirado). Entonces vi que la pequeña adelantada parecía ser víctima de las repercusiones de su ingenua novela erótica, como la debieron llamar en realidad, sabemos que en estos eventos como en los factuales se tergiversa tanto que nadie sabe dónde se encuentra la salida hasta que alguien logra encontrar el interruptor. Hablando de técnicos salvadores, ¿mencioné la inapropiada música al momento de “expresar”? Pero bueno, tenemos a esta calurosa pequeña, siendo exhibida por su querida maestra, cuando de repente como en acto emblemático de su carrera recién calentada (nótese la ironía), fue cuestionada por una señora, no me quedó claro si era su madre sorprendida de aquellas salvajes y estigmáticas palabras o una mujer que se vio ofendida, y con razón, de si era un libro para mujeres solamente. Entonces son de esos momentos donde muestras tu verdadera personalidad, si estás listo para esa clase de mundo tan cuestionado y cuestionable… pero si no lo hizo antes con su propia representante menos con alguien en la obscuridad, entonces cometió el error y sentenció su libro al decir que sí, que era feminista.
Siguiente, por favor.
Turno de una trova y unos suspiros desde algunas en sus asientos, pero no llegaron a más.
Entonces llegó el que mejor se defendía, siempre nos guardamos en frases de otros para sostener nuestros caminos, él las usaba correctamente, es lo bueno de traer hecho tu discurso si no estás listo para exponerte a los leones. Curioso, te expones a los más peligrosos cuando escribes, a los de tu mente, pero no puedes a unos que quizás no volverás a ver.
También debemos decir que tenía una figura representante mayor que los demás, no por tamaño físico ni de palabras (de su carrera para qué digo si apenas lo vi enorgullecerse un poco y fingir aprecio por quienes lo rodeaban).
Y vemos que la gente no deja de fluir, no se atraen sino se retraen de la escena, todo se aligera y desgasta a la vez, yo seguía ahí, sin saber por qué pero estaba ahí.
Entonces siguió la guardería…
No es arrogancia ni menosprecio, pero fue como cuando pequeño en las competencias organizadas por la escuela, a todos los participantes les tocaba medalla, y así fue en esta ocasión, con una mención personalizada, al que dijo mucho en poco, al que poco dejaron decir y el que en mucho no dijo nada; todo esto ya que cada quien de los 11 participantes, aproximadamente, tuvo diferente cantidad de material editado. El momento pletórico no fue el auto elogio que se hizo su ‘padrino’ al decir que todos habían pasado por sus manos (metafóricamente, no por su fama) sino cuando cada pequeño gigante tuvo su momento y tomó el micrófono para, dejémoslo simplemente en intentar rayar las mentes de los pocos asientos todavía presentes.
Y por fin me retiré, ya no quedaba nada por escuchar, menos por decir, sólo el silencio y salir del lugar, era demasiada oscuridad por un día, y yo pensaba que me defendía demasiado entre mis palabras y las de otros, entre decir que uno está en lo correcto y no creerse a sí mismo, entre querer atención y no saber qué hacer con ella.
Somos quizás, muy jóvenes para eso, o quizás no somos para eso.
Escrito por Alejandro Islas Villamar
Adolescente/Codocente del Taller
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