Marinero
Josué Vergara Alarcón
«decía que la aventura me traería descalzo…»
No hay moros en la costa, pero ten cuidado, puedo percibir que una tormenta se acerca pronto y seguro nos inmiscuirá dentro de un mar enfurecido que arrojará olas tan impresionantes que llegarían a medir lo que el Empire State o quizás dos veces su tamaño, pero por ahora solo miro el cristalino mar que conserva sus tonos azulados, que está casi tan tranquilo como yo nunca lo he estado, ¿o quizá se deba a que estemos hablando del elemento natural más puro que existe?, como sea, me crean o no, me encanta el agua, podría vivir días enteros observando su oleaje, inclusive, me encanta bañarme dos veces al día y el agua la bebo todo el tiempo, inclusive podríamos decir que es mi tesoro más preciado.
En muy interesante que las especies marinas que lo habitan no permiten que los navegantes como yo anden solos de un lado a otro, aunque he de admitir que sí son muy traviesas y quien sabe las barbaridades que puedan estar planeando en este preciso instante.
Tengo 64 años, ya la vida me ha dado y prestado, quitado y jaloneado, he vivido y he deseado, codiciado miles de tesoros, robado algunos barcos de sus capitanes presumidos que tanto me desagradan, pero también he amado, ¿su nombre?, Aylin una mujer sueca que iluminaba la habitación con solo su presencia, toda una dama, fina y muy bien vestida pero, sobre todo, temeraria hasta los huesos… me encantaba. La extraño.
De hecho, solo sigo aquí por una sola cosa, y es que simplemente no puedo dejar detrás la gran belleza que denota el océano pacífico, así como su misterio que aún no consigo descifrar del todo, quiero decir, «aún» porque una parte la tengo más que medida; y es que cuando miras muy atento a las olas y transcurre el tiempo de tarde a noche, una parte del universo es cobijado por el manto acuífero y se posiciona sobre el mismo adhiriéndose a las oleadas mientras se va camuflando poco a poco en la dimensión espejo, teniendo como resultado un magnífico viaje sobre las estrellas.
Cuando me encuentro en esa situación puedo sentir que toco a la osa mayor, a la constelación de Capricornio, una nube de asteroides estrellándose en la palma de mi mano o algunas cosquillas cuando la explosión de una estrella nova al morir me alcanza las huellas digitales… sólo por ese pequeño instante, puedo sentir que soy más grande de lo que aparenta mi pequeña estatura de 1 metro con 60 centímetros y tres milímetros.
Desde que tengo memoria, existe un pequeño fragmento de mi vida que guardé en una caja fuerte. Se trata una conversación que en algún momento tuve con mi madre cuando aún vivíamos en Alaska, de la cual solo recuerdo que me decía;
«verás Tom, la astrología nos esconde millones de enigmas que todavía no podemos explicar, pero cuya belleza es particularmente atrayente… algún día sabrás apreciarla como tal…»
… oh madre, aún después de 20 años de haber fallecido me sigues enseñando…
Mi esposa, como de costumbre, me decía que la aventura me traería descalzo sin importar dónde o con quién me encontrara, pues literalmente, cuando uno es marinero de tiempo completo, los calcetines son lo último que te preocupa cuando tu objetivo principal es mantener a flote tu embarcación en una emboscada de piratas tan perfectamente planeada que es difícil de creer la idea de que concibieron su plan estando ebrios hasta el último cabello.
Hace frío, pero no me come los huesos ni me eriza la piel, al contrario, siento cómo me abraza y estima, es como un calor ausente que me da vigor a una edad tan avanzada pues revitaliza mi cabello blanquecino para volverlo oscuro una última vez cada noche. Hablo de un tipo de nostalgia que sin quererlo me hace feliz y, por alguna razón, termina encomendándome la tarea de nunca renunciar, aunque todo se haya vuelto más difícil debido a la degradación del cuerpo y el poco cuidado que le di.
Muchos de nosotros, que ahora somos pocos, yacen bajo tierra procurando regresar a su origen con el aprendizaje que obtuvieron en vida… no olvidan su nombre ni quienes fueron, mucho menos a quienes estimaron, de hecho, a estos últimos los alcanzan a ver y, de alguna manera, pueden convivir con ellos después de todo…
Y como a todo, hoy le abandono, porque es tiempo y lugar de capturar lo que todavía puedo, para que así no pueda olvidar más, porque deseo verlos aún, porque el miedo a lo desconocido me puede más de lo que yo a él…
Marinero.
Josué Vergara Alarcón, octubre de 2018
Fundación S.K.Y., A.C.
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