El Sueño de Alex

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Por Daniel Medrano, adolescente integrante, Fundación SKY

En una habitación roja, sin ventanas, con una iluminación deficiente y con varias computadoras a su alrededor, se encontraba Alex, sentado en una silla frente a una PC. Era, al parecer, un café internet. Revisaba unos archivos y navegaba por la web.

No tardó mucho para notar que de nuevo estaba soñando, así que decidió ponerse en marcha para ver que le deparaba su mente. Se levantó de la silla y se acercó a una chica que lo miraba intermitentemente. Parecía que le gustaba ya que lo hacía de una forma muy sensual. El chico no le dio mayor importancia y le pagó $10 a la encargada del lugar.

Salió por la puerta principal hacia una calle fría y un tanto tenebrosa. Siguió recto su camino hasta encontrarse con una ventana frente a él.

Estaba sentado, dentro de una vagoneta de transporte público, con alguien que parecía ser su amigo. Pagó su pasaje y se bajó frente a una escuela que insinuaba ser su secundaria. Echó a andar hacia la escuela y entró a lo que semejaba un vestíbulo, en un primer piso. Bajó unos escalones y comenzó a observar los salones que estaban al alcance de su cabeza. Había niños en los salones: tomaban clase.

Sintió que debía volverse a desplazar, así que bajó más escalones y caminó recto por lo que parecía ser un paradero de autobuses. La lluvia había hecho de las suyas en ese lugar, ya que estaba muy encharcado, y Alex tenía que darse prisa al caminar porque los autos que pasaban cerca arrojaban agua que levantaban con las llantas y mojaban todo a su paso. El camino se comenzaba a curvar a la izquierda y llegaba a la salida del paradero. Al salir se encontró con más autos y varios puentes; parecía el paradero de la terminal Pantitlán. Una señora se le acercó y le entregó unos papeles – parecían facturas. Luego, se esfumó.

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Ignoró lo sucedido, o más bien lo sustituyó por una sensación de extrañeza al notar que ahora se encontraba en el metro, dentro de un vagón, de pie, sostenido por su brazo derecho del tubo frío y liso. El tren frenaba, y él lo notaba en sus pies, en su cuerpo. Llegando a la estación descendió y caminó hacia un trasbordo bien iluminado, recto y de color claro, con una escalera ascendente al fondo. No sabía en qué estación estaba, pero sabía que tenía que trasbordar, así que acelero el paso hacia la escalera y comenzó a subir por ella.

Había transcurrido bastante tiempo ya desde que bajó del tren para trasbordar, y se dio cuenta porque llevaba mucho rato caminando por pasillos que llevaban a otros pasillos y a más escaleras, escaleras infinitas. Pero cuando creyó que no saldría de allí encontró los torniquetes de salida.

Salió a una calle solitaria. El sol se ponía en el horizonte y al fondo veía un volcán. Pero era un volcán muy cercano, muy nevado, parecía más bien un témpano. Y ese gigante estaba humeando y crujiendo, como a punto de hacer erupción. Se comenzaban a escuchar los alaridos desgarradores de las alarmas y el suelo se movió bajo sus pies, con sus pies: estaba temblando y lo único que se le ocurrió fue caminar acelerado y pausando sus pasos como si temiera que se fuera a abrir el suelo donde iba a poner su próxima pisada.

Así como comenzó el sismo, acabó apresuradamente. Alex se detuvo a tomar un respiro y su instinto de supervivencia le indicaba que algo estaba sucediendo. Siguió caminando hasta toparse con un tianguis, que se extendía por varias calles horizontal y verticalmente. Comenzó a recorrer los pasillos aún con la sensación de peligro acechando sus sentidos, con la esperanza de poder resguardarse a tiempo. Buscaba en las casas con la mirada si eran aptas para protegerse, pero ninguna le satisfacía. Ya había caminado demasiado y sin encontrar refugio, así que decidió regresar, pero por una calle distinta. Al tiempo escucho otro rugido proveniente del volcán, o eso creyó él, pero después supo que se trataba de un explosivo detonado a unas cuantas calles de donde él se encontraba.

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Sintió pánico, la gente corría desesperada buscando refugio, y él no era la excepción, así que comenzó a correr a lo largo de la calle acelerando su búsqueda. Algo malo pasaba, pero no estaba seguro de qué era. Pasó una casa de fachada azul, ocupada, y otra de ladrillo, también ocupada. Llegó a la esquina y vio una casa grande, guinda, con puertas abiertas, así que decidió entrar. Cerró la puerta, subió las escaleras y entró a una de las habitaciones. Para su sorpresa ya había una persona allí, pero no le prestó importancia – él tenía que estar atento a lo que sucediera.

Allá fuera, en la calle, se escuchaban gritos, gente corriendo, desastre, caos. Y se olía el miedo y la desesperación.

No pasó mucho tiempo cuando escuchó ruido abajo, entrando a la casa, alborotando y destrozando todo a su paso. Ruidos en la escalera, algo subiendo, pero no sonaba a alguien: eran pisadas muy fuertes, lentas, pesadas.

Buscó ocultarse en el cuarto, pero no había con qué. De súbito se abrió la puerta y entró un ser con figura humanoide, encapuchado, alto, desprendiendo una atmósfera de miedo. Comenzó a avanzar hacia el otro hombre, y Alex observó con pánico que le inyectaba múltiples ocasiones una sustancia negra en el cuello, brazo y espalda.

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Alex, impulsado por la adrenalina y aprovechando la distracción de aquel ser, echó a correr hacia la puerta, pero no bajó por la escalera, sino que subió por ella. Varios de los sujetos encapuchados se percataron de su huida y lo persiguieron frenéticamente hacia arriba. Eran veloces.

Alex corrió por la escalera lo más rápido que pudo, pero parecía inútil su velocidad comparada con la de aquellos que lo perseguían. Pero al mirar al frente se topó con una puerta cerrada y el fin de la escalera. Estaba atrapado. Sus opciones se redujeron a nada.

Lo único que se le ocurrió fue saltar, pero saltó en dirección a la pared a lado de la puerta. Para su sorpresa se quedó pegado. Así que comenzó a escalar hasta llegar a la azotea, donde se escondió entre las sombras.

Era ya de noche. La azotea pintaba un lugar muy oscuro y estaba ocupada por esos seres, pero no se habían dado cuenta de su presencia. Él se asomó por el respiradero por él que subió y notó que ya no lo buscaban allí abajo. Entonces Alex comenzó a explorar el lugar: caminó por la azotea y vio que había varios de esos respiraderos. Al fondo del camino divisó una sombra que saltó y descendió por uno de los agujeros. Él supuso que era un “sobreviviente”, alguien quien le podría ayudar, así que corrió hacia el agujero, pero el ruido que hizo alertó a los seres que estaba allí arriba y se abalanzaron sobre él; lo único que se le ocurrió fue saltar por al mismo agujero, y para su sorpresa, al fondo se veía la misma sombra, al parecer esperándolo. Al dejarse caer, llegando al suelo, no sintió mayor impacto y se levantó de inmediato. Propuso seguir a la persona que le había esperado justo antes de saltar, pero ésta ya había iniciado su trayecto hacia otro lugar, por lo que tuvo que correr muy rápido. Al tiempo los otros seres ya estaban tras de él de nuevo.

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Llegaron a una serie de túneles por los que Alex iba siguiendo al desconocido. Parecía que sabía por dónde ir, ya que elegía el camino de forma muy concisa.

A unos cuantos pasos, al final del túnel, se percibía una luz, una luz muy tenue. Cuando hubieron alcanzado el final del túnel llegaron al interior de una plaza comercial; la gente los veía extraño. Estaban en una persecución, eran fugitivos. Alex notó que estaba en un lugar que era mezcla entre aeropuerto y plaza comercial. Pero al volver de su distracción se percató que su acompañante ya no estaba con él.

Hubo un destello de luz enorme, un estallido que se alejaba vertiginosamente y un remolino de sensaciones a su alrededor. No sabía que estaba sucediendo, lo estaba olvidando todo…

Alex estaba afuera de su trabajo. Una señora mayor con un vestido amarillo con estampado de flores silvestres les explicaba a él y a su compañero de trabajo que no-sé-qué-cosa no estaba funcionando bien. A lo que Alex inmediatamente entró en el Cyber, interrumpiendo a la señora. Se puso frente al teclado y comenzó a escribir, aunque no sabía qué estaba haciendo o qué estaba buscando. Vamos, ni siquiera sabía que les estaba diciendo la señora hace unos instantes.

Alex súbitamente escuchó un ruido intermitente, muy estruendoso, molesto. Sintió un jalón por la espalda. Todo se iba, se iba muy muy lejos.

Immortal Beloved Ending

Podía sentir ya sus pies y sus manos, su cabeza en la almohada y su cuerpo, hundido en el colchón.

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