IVES, Capítulo 1

Posted by on Mar 21, 2015 in Lecturas, Producción adolescente | 2 Comments

Josué Vergara Alarcón

 

I. DESALOJO

Es particularmente difícil llegar a la conclusión que da la búsqueda continua e implacable que ofrece la trascendencia, pero la definición lógica de esta misma me parece un total disparate usado únicamente por conveniencia, y por ello no dejo de cuestionarme a cada instante ¿Por qué es necesario trascender?, o peor aún ¿Qué es la trascendencia en realidad?

Es imposible llegar a una definición en la que toda la población mundial converja totalmente, pues es como querer correr sin pies mientras vuelas en el océano, no tiene ningún sentido en lo absoluto.

IVES, capítulo IA lo largo de mis 17 años solo he vivido entre libros, sudor, frio y algunas pocas temporadas cálidas, casi tan perfectas que desearía solo vivir en esos momentos, pero en parte sería fatal, pues todo se volvería nada, la felicidad y satisfacción no serían las mismas, mi ser dejaría de razonar, mi piel de pronto ya no podría sentir, mis ojos dejarían de ver y lo que alguna vez pareció serlo todo, en realidad no sería nada.

Después de leer algunos capítulos de uno de mis libros favoritos de literatura francesa titulado La Vie Naturalle, dieron las seis de la mañana, mi madre me llamó a tomar el almuerzo, quizá ella no comprendía los nervios que sentía ese mismo día, resulta que pronto tendría que enfrentarme ante la adversidad misma en un mar de irracionalidad moral.

Bajé las escaleras lentamente, casi como si tuviera miedo de caminar, se sentían mis venas desgarradas de la fobia y preocupación que las inundaba y a la vez se podía sentir la distribución de ella en mi ser. El desayuno fue tan común como algunos otros en el pasado, lo único que cambió fue el clima frio y áspero del otoño, luego del desayuno tomé mis cosas y nos marchamos mi padre y yo en camino a lo desconocido.

IVES, capítulo IMientras andábamos sobre las ruedas rotundas que parecía que nunca dejarían de rodar, existía algo que me estremecía por dentro, esto hizo que comenzara a emanar de mi ser una vergüenza autodidacta, ¿Por qué el miedo de conocer gente me manipula tan drásticamente? lo repetía una y otra vez, aunque me costó comprender que no era aquello lo que me daba miedo, sino que le temía a la ruina involuntaria. Cada persona tiene miedo a algo, a alguien, y hasta a la imaginación, mi caso resultaba ser el último de estos nombrados, y ciertamente, mi imaginación volaba, difuminaba formas, crecía y decaía a velocidades extenuantes y de un momento a otro, así de repente, las ruedas que parecían no terminar nunca su ciclo se dejaron de mover, el motor fue apagado y la puerta que aún me protegía de realidades creadas por mi imaginación, fue abierta.

Entré luego de unos minutos a un cuarto horripilante, lleno de personas con una edad más avanzada a la mía, (¿Qué esperaba yo?, había entrado a una escuela universitaria cuando normalmente debería de asistir a un plantel de secundaria) un viejo cascarrabias frente a ellos que escribía fórmulas simples que comprendían su nombre, las ventanas eran lo más estrechas que se pudiesen imaginar y un par de asientos disponibles en toda la sala yacían casi al final de un pasillo de dudoso proceder.

IVES, capítulo IAquel viejo amargado era el Dr. Frederick Lomonosov, su nombre indicaba los aspectos que me ayudarían a determinar la estructura base de su biografía: alemán, por lo visto proveniente de alguna región del noroeste, hijo único y con una mentalidad individualista. Se puso de pie, caminó sobre el corredor que daba hasta mi pupitre y se recargó sobre el muro que le daba una delimitación a su rumbo.

Entonces él preguntó “¿Cuál es el autor del libro –Las Muertas-?”, al instante me llegó a la cabeza la respuesta pero nunca hablé, escribí en mi cuaderno la respuesta “Jorge Ibargüengoitia”, el doctor se percató de mi ansiedad por participar, y por ello dio la respuesta que nadie más dio. Tomó su agua embotellada y bebió un par de sorbos, luego preguntó una cuestión a nivel Doctorado, nadie supo qué era lo que estaba buscando, escribí la respuesta en mi libreta la cual era aún más sencilla que cualquier otra y poco a poco intensificó la dificultad, pero jamás consiguió de mi palabra alguna.

Las preguntas seguían sin parar al igual que los apuntes en mi cuadernillo, evento que se prolongó el resto de la clase. Estaba por terminar el arduo labor que ambas partes ofrecía a cambio de nada, justo eran diez, nueve, ocho… cinco, cuatro, tres…uno. Y al fin la tortura había finalizado satisfactoriamente, el Dr. Frederick reconoció mi labor cuando estaba retirándome, y sugirió que yo debería  participar más públicamente, yo simplemente le contesté con un “si” apenas evasivo, y desaparecí por la puerta principal.

Ya de vuelta en casa, me dispuse a practicar uno de los discursos más realistas en la actualidad, el cual decía asi: “temps perdu, mais est celui qui croit bétail. pourquoi les êtres humains ont tendance à être le plus simple des stocks de demander purement et simplement la façon dont nous sommes issus?, Y at-il signifiait quelque chose pour nous?”, sin duda uno de mis favoritos por la calidad que retoma en la vida del ser humano el cual se traduciría del francés: “el tiempo perdido no es más que aquel que se cree ganado. La razón del ser humano tiende a ser la más simple de las existencias al preguntarse rotundamente ¿cómo nos originamos?, ¿Habrá algo destinado para nosotros?”.

IVES, capítulo IComo se habrán dado cuenta, mi vida hasta este punto es terriblemente aburrida, cosas de literatura por aquí, por allá, aquí y acá, cosas que les redactaría en miles de idiomas, pues da la  casualidad de que los conozco todos y sé cada tipo de gramática que usan, aunque todo esto se convierte en un conflicto contradictoriamente fortuito.

Mi padre era muy entusiasta, le encantaba salir y conocer. Infortunadamente no pudo esperar y se apresuró a introducirse en mi habitación sin previa autorización, abriendo la puerta enérgicamente y con una actitud decidida a cambiar mi más grande conflicto de una vez por todas. El estruendoso sonido hizo que dejara de recitar ipso facto, todo lo que continuó fue escucharlo tan alegre y emocionado como nunca antes lo había podido conocer.

Salimos de la casa y subimos al auto, mi padre condujo un buen rato sin rumbo aparente a mi visualización, aunque me intimidó con tantas preguntas y por más que él me provocaba a que le respondiera, jamás le respondí de la manera que él hubiera querido, y cuando digo “jamás le respondí” es porque de pronto sucedió algo extravagante, cruzábamos una avenida a alta velocidad y en un instante mi padre perdió la vista. Desubicado comenzó a mover el volante con preocupación, trató de estacionar pero al momento las llantas comenzaron a derrapar en toda la pista, el auto perdió todo sentido del deber, los peatones corrían trémulos y torpemente por el asfalto buscando su protección individual, camiones de volteo hicieron una cúspide que bloqueaba todo tipo de circulación, el viento olía a un particular aroma conocido como “das Ende der Ursprungs”, que traducido del alemán es “el final del origen”. La adrenalina corría por mis venas desventajosamente, el cinturón de seguridad de ambos se encontraba bloqueado, las bolsas de aire estallaron, golpearon nuestro rostro, todo parecía no tener lugar, la racionalidad se perdía al instante, segundo tras segundo, volvía la esperanza pero el miedo la arrebataba, era evidente el fin aproximado.

IVES, capítulo ITodo lo que había conocido y aprendido, se perdería a la deriva, justamente en la fecha que perdería mis sueños en un método radical.

Finalmente impactamos de lado contra el muro de un puente a 150 km/h, caímos sobre una ladera que daba a un río poco confiable, la visibilidad era limitada, el agua inundaba todo el vehículo, mi padre había quedado inconsciente a causa del diseño medieval de las bolsas de aire, por lo que busqué un cuchillo para liberarnos de la soga que nos podría llevar a la muerte prematura, poco a poco funcionó y luego de un instante la corriente nos arrastró violentamente  hacia el borde del río.

IVES, capítulo IFuera del agua el rostro de mi padre denotaba un brote de sangre que no paraba, cubriendo así su rostro,  me era imposible saber sí podía respirar. Tomé la presión y realicé la labor de primeros auxilios pero fueron intentos vanos, seguía sin reaccionar.

Asustado busqué un teléfono público en lo que aún quedaba de la avenida y marqué rápidamente el número del hospital más cercano, la secretaria descolgó el teléfono y de nuevo mi obstáculo me dominó un poco, con patéticos intentos le hice comprender que necesitaba un transporte para trasladar a mi padre al hospital para que recibiera asistencia médica.

IVES, capítulo IVolví con mi padre mientras la ambulancia se acercaba presurosa, mi padre tomó conciencia de nuevo y comenzó a gritar de dolor, apenas y eran de notársele las lágrimas que provocaba su llanto por la cantidad constante de solución rojiza en su rostro, la ambulancia comenzaba a tardar, el choque había provocado una barrera casi imposible para cruzar, lo que dificultaría a los médicos su labor.

Los gritos de mi padre poco a poco se veían desgastados, ya habían pasado 20 minutos del impacto y los paramédicos seguían sin acercarse un poco, no había alguien que quisiera acercarse al terreno deteriorado y en completa destrucción.

[…] abro mis ojos, canto esta canción en los funerales, estas letras concurren en la extrañeza por tocar algo extraordinario en la eternidad de los restos, en millones de años que hablan más de lo que yo pudiese gritar […].

IVES, capítulo I

IVES, Capítulo 1
Josué Vergara Alarcón
Adolescente becario

Fundación S.K.Y., A.C.

2 Comments

  1. Ani
    junio 6, 2015

    Muy interesante y ahora estoy ansiosa por leer el resto de la novela. 🙂

  2. alejandro
    julio 21, 2015

    Me gusto mucho este capitulo. Te envuelve y te deja curioso de lo viene en el nuevo capítulo. Estoy seguro que Josue va ser una persona con mucho éxito, porque talentosa ya es.

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